Muchas veces pensé en tomar una mochila, guardar ahí lo más que pudiera entrar entre mis cosas personales y lo que fuera a necesitar para emprender un viaje a la felicidad, pero desgraciadamente sólo me encontraba frente a un oasís, que por más bello y paradisiaco que luciera, era igual de desértico, sin esperanza y plano como todo el demás desierto.
Era bello recordar los bellos susurros, que el aire provocaba en mis oidos para llevarme aquel oasís, donde prometía saciar mi sed y reconfortarme bajo su sombra, pero es tan fuerte el calor, que ni aquél oasis se podía salvar, porque si llegaba alguna gota de esperanza, rápidamente era consumida por el sofocante calor.
Varias veces tomé aquella mochila y la llené de mis cosas, viajé por breves tiempos a aquél oasis y siempre regresaba con la imaginaria de estar saciado de vida, pero no me daba cuenta que regresaba con los zapatos llenos de arena, y la mochila, y mis bolsillos, y mi corazón, y mi mente, porque todo terminaba siempre como en un principio en puras ilusiones de un oasis.
Hoy, prefiero estar en mi lago seco, porque sé y tengo conciencia de que está así... seco, que no me muestra nada distinto, no me muestra nada diferente, ni mucho menos me ilusiona, porque en ese lago seco, hoy está lleno de edificios, gente, automóviles, en fin, están lleno con más de mi vida ahí, y ni el oasis quizo salir del desierto, y yo no dejaré nuevamente mi lago seco.
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